
10 Ene La historia de Miranda
La historia de Miranda te engatusará porque podría ser la historia de cualquiera, en algún lugar o en algún momento.
Me encanta la positividad, la armonía, el equilibrio, la pasión… Y Miranda me enseñó que no siempre es así, que en ocasiones todo puede parecer color de rosa y, a la vez no entender esos cambios en las relaciones personales o profesionales, o sufrir por esa amistad querida por ti, que puedas sentir diferente. Te lo preguntas una y otra vez, debilitándote, y sacando conclusiones sin información, basándote en esas creencias que te pueden estar alejando de la razón y de tu propio equilibrio personal, sin apenas pasar a la acción, por cansancio o por miedo, quizás.
Miranda me contaba que el polo opuesto del odio no es el amor; es el sentimiento de pena hacía la otra persona. Me contaba que cuando alguien nos hace daño, en muchísimas ocasiones, es por desconocimiento y en otras por falta de capacidad para actuar de otra manera. Desde el sentimiento de la compasión hacia esa persona, es desde donde sentiremos la necesidad de acercarnos, haciéndonos más vulnerables; y que desde esa vulnerabilidad seguro que lo solucionaremos.
Que duro es para nosotros “ser duros de corazón” y construirnos un fuerte a nuestro alrededor. Recuerdo con facilidad esas palabras tan dulces que a veces vienen a mi cabeza “Si alguien te dice que te ama y no se ama, no te ama” Qué verdad y qué complicado enamorarse de una persona que no puede dar aquello que no es capaz de darse a si mismo. O ser dirigidos por personas que no se aman a sí mismas, porque el desequilibrio en la gestión aflorará una y otra vez. Y en política pasa por ser capaz de sentir compasión por esa ciudadanía a la que te diriges, y a la que más tarde o más temprano le pedirás su voto, su confianza para otra legislatura más.
Por aquellos pasajes de Roma, del Vaticano, Miranda me repetía que no tuviera miedo, que ese miedo me confundiría, me nublaría, me debilitaría y me paralizaría. Los miedos ¡Dios mío!, cómo se apoderan de uno, van imantándose en situaciones, en circunstancias… Y, como emocionales que son, tan difíciles de entender son para el que no los siente.
Hagamos que nuestra gente esté agarrada sin miedo a la vida y no seamos responsables o provocadores de esos miedos, no juzguemos, ni restemos valor, porque ese miedo es una pura respuesta fisiológica, ocasionada por una amenaza, que para quien la padece es real.
Miranda pertenecía al círculo cerrado que se crea alrededor de la Curia Vaticana, acostumbrada a las negociaciones, amante de las personas, eligió un tiempo de retiro personal que compaginaba con sus tareas cerca del Vaticano y el asesoramiento político. Esas calles romanas y esos olores, ese acento que te dice que estás en casa, aunque estés a miles de kilómetros de ella, esa soledad de pasear por las calles cómo una desconocida, una mezcla de tristeza, vacío, y a la vez esa sensación de buena compañía. Esas ganas de decirle a muchas personas que tengan la capacidad de poner ese contador a cero; que siempre, siempre, siempre se puede volver a empezar, que la mala memoria es un regalo y que la compasión por uno es el primer paso para sentirla por otras personas.
Sin compasión hay culpa, y si nos culpamos a nosotros, también culparemos a otros. Y si hay culpa habrá ira, y si hay ira existirá rencor, y el rencor hará que surja la incomprensión e indefensión para el otro; y si existe indefensión no habrá comunicación…Pasará el tiempo y ni siquiera sabremos explicar y explicarnos donde empezó nuestro problema; parecería complicado, y, realmente, es muy básico. ¡Contrastemos y olvidemos rápido!
Miranda y yo tomábamos café en la zona de las librerías, y desde allí alcanzábamos a divisar el Obelisco, parecía que en ese maravilloso lugar no podría pasarme nada malo. Quizás porque hablar de mis miedos hacía que cada día se diluyeran más; el no juicio era un bálsamo, esa sonrisa como respuesta lo aniquilaba todo. Ese tomar conciencia de que los miedos se generan, en muchísimas ocasiones, motivados por la falta de valor que nos damos a nosotros mismos, y en otras ocasiones por las historias que vivimos, donde pasamos a un segundo o tercer plano. La auto motivación y la auto valoración es necesaria, pero no es un camino único o exclusivo. Con esa idea tatuada en mi memoria volví de Roma; no somos supermanes, necesitamos entornos y personas que nos ofrezcan valor, que nos admiren, y que para ellos o ellas seamos la última Coca Cola del desierto. Dejar los complejos a un lado, porque son infundados, y recrearnos en nuestra diferencia, ¡para desde nuestro valor, valorar a otros!
Feliz inicio de año…
Maite Fernández Valderas.
Psicóloga. Asesora – Coach Político. CEO ETIK
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