
21 Nov ¿Para qué votamos?
Mejor un para qué antes que un por qué en nuestras vidas. Me gusta decir que el uso del “para qué” nos proyecta hacia el futuro, y más que a la causa nos lleva al objetivo. Algo tan doloroso como una ruptura de pareja, un cambio laboral o un suceso extraordinario en nuestras vidas nos ofrecerá una visión, o perspectiva diferente, si lo llevamos al planteamiento de qué vamos a hacer con esto que nos pasa en vez de irnos al pasado preguntándonos qué fue lo que nos pasó o qué nos llevó a ello. La oportunidad no la encontraremos en el pasado.
Si valoramos una candidatura política, un proyecto o nuestro futuro a través de una elección, deberíamos de preguntarnos para qué queremos que gane o para qué consideramos de utilidad ofrecer nuestros apoyos. Votar o decidir nuestro voto desde la pregunta del “por qué” solo nos lleva a una motivación de desencanto o de votar en contra de alguien o algo… Evitemos tomar la decisión por el castigo y vayamos a un planteamiento útil de nuestro voto; vayamos a nuestro valor y, desde ahí, votemos. Realmente, sentimos primero y pensamos después; nuestras acciones van en función de esa emoción que interiormente nos colma o nos desestabiliza; así se explica el nacimiento del voto populista.
Las estrategias o `marcas políticas´ deberían quedar definidas, lógicamente, desde los comienzos de la legislatura para ser creíbles y coherentes. Por ejemplo, no podemos elegir la crítica constante como estrategia desde la oposición para posteriormente tener que gobernar construyendo pactos, si a eso nos lleva el resultado de una votación. Porque la incoherencia es total y hay variables que, mal medidas, nos alejan de la ciudadanía; cuidado con el contexto social, porque esa variable es fundamental para elegir una estrategia acertada. Y tenemos muchos ejemplos, cercanos algunos de ellos y sin salir de Canarias.
Ese para qué votamos es una pregunta que el candidato o candidata tiene que hacerse. Generará una proyección futura y un interés por entender y sentir lo que las personas desean y aquello que realmente les motiva.
Usar la cuestión del “por qué” contiene más ira y es un ejercicio de ajuste de cuentas, como de balance. El “para qué” es ilusión, desafío, motivación y riqueza.
¿Por qué votamos?
A veces, escuchamos esa pregunta directa o indirectamente. Quizás nos moleste escucharla, porque nos obliga a ir hacia atrás, o bien a repasar lo bueno y lo menos bueno de esa candidatura; tiene un coste emocional mayor y, por lo tanto, nos da cierta pereza su uso.
Pareciera que nos obligaran a evaluar; y no sé qué te puede parecer a ti, pero yo ya de las evaluaciones me he cansado. Y creo que la mayoría, también. La proyección y la ilusión por un `nuevo proyecto´ nos une, simplifica la convivencia y mejora el equilibrio social; es más negociador y menos contestatario.
Preguntarnos el “por qué” tiene un valor clasificatorio, solo tenemos que ir a las causas, a nuestra justificación racional. El para qué te abre un sinfín de propuestas y creatividad. El primero satisface tu mente, el segundo llena de emociones tu vida. Es la gramática del sentimiento, de la implicación, del trabajo en equipo, del éxito, de la victoria. Te enfoca y te dirige a tus propósitos, es ambicioso y te permite reasignar diferentes escenarios; eso constituirá el liderazgo de éxito, con su alta capacidad para visionar y tener la capacidad de anticiparse.
Me encanta decir que el sentimiento gobierna nuestras vidas y nos hace gobernar. Normalmente, las emociones son mal evaluadas en el mundo profesional y en el político; existe la creencia de que son usadas estratégicamente por el populismo, en una perspectiva vacía de argumentación.
El ser humano se define por el proceso que le lleva a tomar las decisiones, la forma o la plataforma que, inconscientemente, le lleva a ello. Nuestras decisiones, y el voto lo es, son la elección de un gusto, no de la razón. Esto no puede ser entendido como un vacío “marketiniano” de fabricar emociones. Sí es estratégicamente necesario y profesional conectar con las emociones actuales: para entender, para sentir, para oler, para poder ponernos en el lugar de nuestra gente y enfocarnos hacia las personas.
Si nuestros hijos no pueden estudiar lo que desean porque carecemos de los recursos para que lo hagan, eso va a generarnos un sentimiento que mediatizará nuestra decisión; igual que si nuestros abuelos no están en residencias adecuadas; si nuestra sanidad es tortuosa; si no tengo una vivienda porque un volcán se la llevó; si tengo un contrato temporal y mi futuro es incierto; si la seguridad percibida es baja; si cuando nuestros hijos salen por la noche y no descansamos ni vivimos hasta que vuelven… Todo eso es emoción; sentimos primero y pensamos después.
Maite F. Valderas
Psicóloga – Coach Político – Asesor
@EtikMaite
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